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Dr. Oskar Lenz su viaje a Timbuctú
( 13. April 1848 in Leipzig, Alemania; † 1925 in Soos, Niederösterreich, Austria)

La Sociedad Geográfica de Berlín financió la expedición que tenia que llevarle a Tombouctou.Teuan fué el punto de partida de este viaje al Sahara. Había viajado por el Africa occidental, aunque nunca se había adentrado en el desierto. Desconocía las costumbres, así que decidió buscar a alguien que tuviera conocimientos de la tierra. Allí, un grupo de alemanes le puso en contacto con un español llamado Cristóbal Benítez, hombre de gran cultura y, sobre todo, con un amplio conocimiento del país y sus costumbres. Benítez había viajado por el interior del país -algo peligroso para un cristiano en aquella época– haciéndose pasar por un nativo, ya que tenía un amplio dominio no sólo del árabe, sino (lo que era más importante) del dialecto que se hablaba en Marruecos, así como de la lengua beréber, el chelja.

Oscar Lenz, un típico alemán de cabello rubio, ojos azules y piel pálida, vio en este español el acompañante ideal para cruzar el desierto y llegar a la lejana Timbuctú. Benítez no lo dudó y puso al servicio de la expedición su conocimiento del terreno y de las personas que gobernaban Marruecos. Consiguió los salvaconductos necesarios para que pudiesen viajar por el país sin ser molestados. Aunque el imperio xerifiano se extendía hasta tierras mauritanas, el control del sultán de Marruecos sólo era efectivo hasta la ciudad de Marrakech, acostada al borde de la gran cordillera del Atlas,. Más allá imperaban pueblos que no aceptaban la autoridad del Comendador de los Creyentes, por lo que los salvoconductos tenían escaso valor. Fue a partir de ese momento, al llegar a estas tierras pobladas por tribus insumisas y salteadores de caminos, cuando se puso de manifiesto el talante y la capacidad de ambos hombres. Benítez, que sabía de los peligros que para un cristiano significaba penetrar en aquellas tierras, hizo, al igual que Caillé, el cambio de personalidad. Así, Lenz se convirtió en el médico turco (que no hablaba árabe) de un príncipe descendiente de una familia ilustre, que en realidad era su criado, y el propio Benítez viajaba como administrador del falso príncipe.
Benítez, hijo de un país mediterráneo cruzado por diferentes civilizaciones a lo largo de su historia, interpretaba su papel a la perfección, pero el alemán, hijo de un pueblo demasiado orgulloso como para renegar de su origen teutón, aunque sólo fuera de forma ficticia, olvidaba a menudo su papel haciendo sospechar a muchos de los que se encontraban en su camino. El plan de ruta era muy similar al que en el siglo XVI otro español, Yauder Pachá, había realizado para llegar a Timbuctú con su ejército de cinco mil hombres: cruzar el Atlas hasta la cuenca del Dra y desde allí, hasta Tinduf, un importante oasis que en los años sesenta provocó una corta, pero cruenta guerra entre Marruecos y Argelia, cuando ambas se disputaban su posesión. La llegada a Tinduf estuvo llena de peripecias relatadas por Cristóbal Benítez en su libro Viaje por Marruecos, el desierto del Sahara y Sudán –con este nombre era conocido gran parte del territorio de África Occidental–, tras cruzar el Atlas e internarse en la actual región marroquí del Sus.

El aspecto de los viajeros hizo despertar sospechas en algunos de que se trataba en realidad de cristianos, así que Benítez tuvo que echar mano de todos sus recursos para poder salir de este y otros atolladeros. Ya al borde del desierto, cambiaron sus caballos por camellos, se pertrecharon de agua, alimentos y productos para regalar a los notables de las tribus que se encontraran en su camino, cambiaron sus vestimentas marroquíes por las amplias túnicas habituales de los hombres del desierto y se internaron en la inmensa soledad del Sahara, camino de Timbuctú. Poco antes, la suspicacia del hijo de un notable estuvo a punto de costarles la vida, que salvaron gracias a la habilidad y la capacidad de Benítez para granjearse amistades.
A pesar de haber contado con la hospitalidad de un jefe de tribu, el hijo de éste sospechaba del aspecto del rubicundo doctor Lenz. Benítez le explicó la historia del médico turco, pero el joven no le creyó y decidió tenderle una emboscada, aunque un hombre de confianza del jefe, de quién Benítez se había hecho amigo, le avisó del peligro, ya que los guías contratados se habían juramentado para llevarles directamente a la emboscada. Benítez cambió de rumbo, más tarde se desprendió de los guías que cambió por otros de mayor confianza, y llegó finalmente a Tinduf. Más de 40 días tardaron en cruzar el desierto sahariano, con sus abrasadoras jornadas y sus heladas noches.
El desierto se cobró su tributo y cuando llegaron a Timbuctú, había perdido más de la mitad de la caravana. Allí comprobaron la decadencia de la ciudad y también intuyeron su glorioso pasado. Tres meses después de haber comenzado su periplo llegaron a Saint Louis desde donde emprendieron regreso a Europa por vía marítima. Los estudios de Lenz fueron muy apreciados en Europa, pero el alemán mostró su peor cara al ignorar totalmente a Cristóbal Benítez y a la importantísima aportación de éste al viaje, tan importante que Lenz nunca hubiera podido llegar si no hubiese sido por la habilidad de Benítez. Pero su participación en el viaje no quedó en el olvido. Publicó sus trabajos, que interesaron vívamente a los franceses, especialmente sus descripciones del desierto, que no ocultaban sus pretensiones colonialistas sobre la zona y sus deseos de crear una ruta permanente entre Tinduf y Timbuctú para unir sus colonias del norte con Senegal.

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