Pasemos ahora al Sáhara.
Al Sur de las estribaciones meridionales del
Antiatlas empiezan los llanos de un país más estéril,
parco en agua. Los cauces de los antiguos ríos ya no llevan
agua nunca, los pozos de agua dulce son cada -vez más escasos
y. el viajero tiene que conformarse y alegrarse, (cómo no) de
encontrar un poco de agua, aunque ésta sea salobre.
La vivienda desaparece en forma edificada y aparecen las jaimas, esas
tiendas oscuras hechas con lienzos de pelo de cabra y camello
entretejidos y sustentadas por dos palos formando un soporte en forma
de V invertida.
Ya no se ven reses vacunas, y sí solamente rebaños de
cabras de pelo rizase, de buena talla, y algunos rebaños de
ovejas, y, por el contrario, rebaños cada vez más
nutridos de camellos que pastan dispersos los pobres pastos leñosos
de la llanura. No se ven apenas caballos, y los mulos y los asnos,
animales de carga tan usados en Ifni, han desaparecido. Los viajeros
van todos montados en camellos, más ligeros que aquellos
pesados camellos de carga que vimos en Ifni, y su silueta esbelta hace
bien en la lejanía; es raro ver viajeros aislados, siempre van
en grupos, formando caravanas pintorescas, en las que se admiran los
colores vivos de los toldos que cubren las jamugas donde van las
mujeres y los chiquillos, amén de algún borrego recién
nacido.
Todos los hombres van con túnicas azules y turbantes azules
también ,y os hablan en árabe hasanía y su saludo
es largo, casi inacabable, en donde se mezclan las frases de alabanza,
de buenos deseos por la familia, buenos deseos para tus rebaños,
tus camellos, preguntas de -si ha llovido por tal o cual sitio, etc.
Y llegamos, caminando siempre hacia el Sur, al cauce del río
Dra, el último que lleva agua, y no mucha, por cierto. Aquí
empieza la región desértica, pues lo pasado hasta ahora
era el país de los tecnas, en donde la mayor parte de sus
tribus, más que nómadas son trashumantes, desplazándose
periódicamente de Norte a, Sur y viceversa, pero pernoctando en
invierno en los poblados de la comarca del Uad Nun, vecina a nuestro
territorio de Ifni.
(Fig.
14)
Pero desde el río Dra, hacia el Sur, las tribus son totalmente
nómadas, y sus migraciones son amplias y no periódicas.
Hijos de las nubes, como a sí mismo se denominan, su ley de
vida es ir tras ellas.
Allí donde ha llovido habrá pastos, para sus rebaños;
si la lluvia ha sido persistente y el terreno es bueno, podrán
además sembrar, y con ello el problema de subsistir quedará
resuelto durante algún tiempo. Luego habrá que enrollar
la jaima, cargar la caravana y emigrar de nuevo.
Nuestro desierto o Sáhara atlántico presenta algunos
accidentes geográficos inmediatos al río Dra. El macizo
del Yebel Zini, cerca de la costa, luego la comarca movida del Aidar
y, por último, más al interior, la meseta de la Hamada,
por no citar sino los más importantes. Su altitud, desde luego,
no excede de los 500 metros, pero esa altura para el Sáhara, país
de llanuras, ya es de estimar.
Luego, más al Sur, la amplia meseta. Del Gaada, y al Sur de
ella el cauce de la Suaguia el Hamara, que viene desde la parte
meridional de la Hamada, cauce el más importante de nuestro
territorio, pues tiene un desarrollo de unos 350 kilómetros y
anchuras que van desde los 200 metros a los cinco kilómetros.
Y luego, al Sur de la Saguia el Hamara, el país se hace más
llano, más desértico. Ya son raros los sitios donde se
puede sembrar, pues aunque llueva la tierra no retiene la humedad. El
terreno es más blando, pues observamos que la huella de nuestro
camello o la rodada de nuestro coche queda más profundamente
grabada en el suelo. Ya no se hallan mesetas, pero sí macizos
aislados de grandes montañas de piedras oscuras, como en
Zemmur, o bien el clásico paisaje tan sahariano en que surge de
las, colinas de la llanura en forma y aspecto de archipiélago,
como en el Adrar Sutuf, colinas tuyos nombres recuerdan los, de las
montañas del Yemen.
La vegetación de árboles ha ido desapareciendo; antes
de llegar al Dra dejaron de verse los arganes, y en todo el Sáhara,
dispersos, se ven los menguados tarajes y las talhas (acacia
espinosa), con sus ramas vueltas hacia el Sur e inclinadas por el
viento constante del alisio, que sopla de sol a sol.
Si en lugar de ir por el interior hacemos él viaje por la
costa, llegaremos, bordeando el acantilado costero, no muy
pronunciado, a una playa en donde se amontonan las dunas, que salen
luego en forma de faja, en dirección SSO., es decir, la del
alisio. El mar entra allí en la tierra y aparecen las primeras
sebjas, que hay que bordear para no hundirnos en ellas al cruzarlas.
Estamos en Puerto Cansado, hoy impracticable a causa de la barra de
arena que ciega la entrada.
Siguiendo la costa llegaremos a Tarfaia, más conocido por el
nombre de Cabo Juby, en donde vuelven a aparecer más dunas, que
al igual que los anteriores se forman de la arena de la playa, que el
sol al Dra dejaron de verse los arganes, y en todo el Sáhara,
dispersos, ,se ven los menguados tarajes. y las talhas (acacia
espinosa), con sus ramas vueltas hacia el Sur e inclinadas por el
viento constante del alisio, que sopla de sol a sol. Si en lugar de ir
por el interior hacemos él viaje por la costa, llegaremos,
bordeando el acantilado costero, no muy pronunciado, a una playa en
donde se amontonan las dunas, que salen luego en forma de. faja, en
dirección SSO., es decir, la del alisio. El mar entra allí
en la tierra y aparecen las primeras sebjas, que hay que bordear para
no hundirnos en ellas al cruzarlas. Estamos en Puerto Cansado, hoy
impracticable a causa de la barra de arena que ciega la entrada.
Siguiendo la costa llegaremos a Tarfaia, más conocido por el
nombre de Cabo Juby, en donde vuelven a aparecer más dunas, que
al igual que los anteriores se forman de la arena de la playa, que el
sol seca en la bajamar, el viento arrastra después y van
siguiendo la dirección del viento alisio, con sus formas
características de media luna, formando una faja de unos cinco
kilómetros de anchura por una longitud de más de 300.
(Fig.
15.)
Fuera de estas dos fajas de dunas y de alguna que otra de menor
importancia más al Sur, no existen más arenas en nuestro
Sáhara, el cual es, en general, de suelo consistente, de tipo
estepario. Y las dunas, si bien son bellas para hacerse fotografías
o filmar películas de efecto, no se recorren nunca, pues es incómodo
andar por ellas; el viajero las cruza prontamente para seguir su
camino por mejor terreno.
(Figs.
16y
17.)
Desde Cabo Juby, yendo hacia el Sur, iremos pasando por el borde de
varias e importantes sebjas o salinas, algunas con escarpados de más
de 40 metros de cota. El, fondo, de cieno, sal y arena, se ve allá
abajo y es blando, no pudiéndose cruzar ni a pie ni a camello
El lecho de algunas de dichas sebjas se halla por bajo del nivel del
mar.
Pasaremos más adelante por la desembocadura de la Seguia el
Hamara, que se halla cegada, pues p por muy cerca de allí la
corta precisamente la faja de dunas que nace en Cabo Jubi.
Y, luego la costa es acantilada y seguida. A partir
de Cabo Bojador aparece el país en forma de colinas calizas,
que se suceden muy próximas unas a otras, siempre en dirección
paralela a la Costa. Es el Aguerguer, como lo denominan los naturales,
y seguirá toda la costa hasta la Punta del Cabo Blanco, en el
extremo Sur de nuestro territorio sahariano.
Tal es, descrito someramente, el país donde viven nuestros nómadas,
que tiene una extensión. de unos 1.200 kilómetros de
Norte a Sur, y en profundidad hacia el E, que en unos lugares es de
300 y en otros llega a los 500 kilómetros casi. Un total de
unos 297.000 kilómetros cuadrados, para una población de
unos 47.000 habitantes nómadas; densidad, 0,18 por kilómetro
cuadrado, que se halla dispersa por el país, con, sus tiendas y
sus rebaños en terrenos de pastos y a una distancia de los
pozos que llega a veces hasta tres días.
¿Fué siempre así el desierto? ¿Vivieron así
siempre sus habitantes? Para el viajero curioso, el Sáhara, es
un libro abierto. Hallará por doquier sílex, punzones,
puntas de flecha, restos de cerámica, tumbas preislámicas
de hombre enterrado en cuclillas, y en algunos lugares magníficos
grabados rupestres con leones, vacas, jirafas, elefantes, escenas de
cacería y hasta grabados que representan carros de dos ruedas
tirados por bueyes. Ello prueba que el Sáhara tuvo una época
más húmeda, más aceptable para la vivienda
humana.
Y sabemos que en la lejana época del arqueolítico o
paleolítico inferior lo habitó el hombre
preneandertaloides y neardentaloides, que después en el paleolítico
superior aparecieron los hombres del tipo cromagnon, que eran blancos,
rubios, de ojos azules, al igual que sus vecinos los guanches de
Canarias, que acaso llegaron allí procedentes de nuestras
costas, o quién sabe si todo no era un solo país.
Y más tarde, unos tres mil años antes de J. C., empieza
el período neolítico en. el Sáhara atlántico.
Tipo cromagnon, algunos elementos negroides; pueblos de agricultores,
de los que era esa cerámica que encontramos a cada paso, que
vivían en cabañas de barro en, forma dé media
naranja, que labraban la tierra con esa especie de rejas de sílex,
que pescaban en los grandes lagos que hoy son salinas. Y unos mil años
antes de J. C. la población negra fué retirándose
del desierto, que iba desecándose progresiva e inexorablemente,
y vuelven a las estepas sudanesas, de donde vinieran, quedando algunos
en nuestras costas, viviendo pobremente de la pesca y de mariscos. A
lo largo de la costa sahariana se ven concheros, con útiles y
cerámica por ellos usada.
Y aparecen, cuando el desierto aun no había llegado a serlo
por completo, los libios de la Historia, la bereberes del Norte de
Africa, a quienes la dominación púnica hace retirarse,
hacia el Sur. Y esos pueblos pastores, ricos en ganado, vienen al
desierto con sus carros tirados por caballos y por bueyes, pues aun el
desierto era practicable a dicha clase de caballerías; y de
ellos son esos grabados que representan carros, y dé ellos esas
tumbas rectangulares, con otro pequeño prisma cuadrangular
sobre su centro, en las que aparecen anillos de metal, collares de
pedacitos de huevos de avestruz finamente labrados, etc.
Y según parece los carros arrastrados por caballos
persistieron hasta el siglo XV. Pero ello fué la excepción.
El Sáhara, secándose progresivamente, hacía la
vida en él inasequible a los bereberes agricultores, que sólo
podían establecerse en pequeños lugares, junto a los
pozos. Hasta que en el siglo III o IV de nuestra era, un pueblo
bereber, los zenetas al parecer, que procedían de Tripolitania,
introdujeron en el país el camello, que de Asia había
pasado a Egipto. Con el camello se encontró el medio ideal para
poder existir en el Sáhara. Animal que puede pasarse cuatro y
cinco días sin beber, que va almacenando en su Jiga grasa como
reserva alimenticia, de extremidades largas y de anchas pesuñas,
inigualables para cruzar estas inmensidades, y de carne comestible, y
de pelo adecuado para confeccionar paños para hacer jaimas, y
de piel aceptable para confeccionar calzado. Se había dado con
lo indicado para poder seguir la vida de pueblos pastores en el Sáhara.
Desaparecieron los cacharros de cerámica, y como envase para el
agua se utilizó el odre de piel de cabra, con el pelo hacia
fuera e impermeabilizado por dentro con grasa animal o con alquitrán,
que almacena unos 25 litros de cabida, que es de reparación fácil,
que hace el agua fresca aunque de un sabor alquitranado y de un color
vinoso sucio; pero no debieron hacer escrúpulos a ello y, al
igual que nuestros oficiales saharianos de hoy, pensarían que
el alquitrán es muy bueno para el pecho, y el color, con beber
directamente del odre o guirbe, como allí se llama, no se ve si
es transparente o turbia; lo importante es que refresque la boca y
calme la sed en poco o en mucho.
Y las tribus bereberes del desierto se hicieron nómadas
al disponer del camello y siguieron en el país. Al camello,
pues, debemos que el Sáhara no se haya despoblado y fuera hoy
tan desconocido como el interior de Australia.
Empieza, pues, el período histórico del Sáhara
con una población negra en retroceso hacia las estepas
sudanesas y una población bereber que fué agricultora y
se transforma en. nómada. Esta población bereber se
componía de varias agrupaciones: los Senhaya, de los cuales una
parte quedó antes en Africa del Norte (Kabilia argelina y Rif
marroquí, y en el Gran Atlas y Medio Atlas sobre todo); parece
ser que los senhaya del Sáhara descendieron hacia el desierto
probablemente huyendo ante una expedición romana. Esta
confederación senhaya conservó siempre una personalidad
muy acusada. Otros bereberes del Sáhara fueron los guezula y
los lamta. Los primeros puede fueran los gétulos de la antigüedad;
después de haber sido nómadas hasta el siglo XIV se
sedentarizaron en el Antiatlas. Y la otra agrupación importante
fué la de los zenetas, enemigos tradicionales de los senhaya. Y
estos zenetas, introductores del camello, se extendieron por todo el Sáhara,
crearon oasis, importaron cultivos, probablemente aprendidos de los
romanos, pero no mantuvieron su personalidad, su homogeneidad, como
los senhaya. A lo largo de, su historia se les ve mezclados o aliados
a elementos más diversos: a los judíos, con quienes
convivieron en las montañas de Taza; en los oasis del Sur
marroquí y en los límites del Sudán; a los
cristianos, cuando una de las tribus, la de los Beni Merin, se apoderó
del trono de Marruecos y, sobre todo, a los árabes, cuando en
el siglo XVI vinieron con Ocba ben Nafi, que llegó hasta el Atlántico
(hasta donde rompe la 7ª ola del mar) desenvainada la espada del
Islam, y diciendo que tras sí sólo había dejado
musulmanes o cadáveres, y sobre todo, a partir del siglo XIII,
en que las tribus árabes maquil, procedentes del Yemen, jinetes
en su mayoría, llegaron hasta la costa y sojuzgaron fácilmente
a las tribus camelleras, sometiendo a los senhaya y aliándose
con los zenetas.
Luego, en los siglos XV y XVI, se inicia una reacción de los
senhaya contra sus opresores, animados por las predicaciones de
morabitos descendientes de los almoravides regresados al desierto tras
la caída de su poderío. La influencia de los morabitos
de la Saguia Hamara tuvo a partir de entonces gran influencia en las
vicisitudes del país.
Con este pequeño resumen histórico-geográfico
podemos expresar, claramente quiénes son los pobladores
actuales de nuestro Sáhara.
Divídense, según su origen, en tres castas dichas
tribus: la de los hassan, descendientes de los guerreros árabes
maquil o de su confederación con los bereberes Lamta, tales
como las tribus Tecna del Norte del desierto; como Ait Lahsen, Iaggut,
Izarguien, Meyat, Azuafit y Ait Usa, y al Sur la de Ulad-Delim, por no
citar sino las más importantes que nomadean en nuestro
territorio; la de los zuaia, descendiente de morabitos de origen
senhaya, como la tribu del Arosien (los últimos almoravides), y
la confederación de Erguibat, ambas tribus de ascendencia
religiosa, pero que siempre se mantuvieron no sojuzgadas. Y la última
casta, la de los senhaya, tributarios o zenaga, a la que pertenecen
las tribus vasallizadas por las guerreras. A ella pertenece la tribu
de Ulad Tidrarin y otras menos importantes. Al margen de estas tres
castas o jerarquías se hallan los malemin o majarreros,
familias de origen probablemente judío, que se dedican a
oficios y se hallan agregadas a fracciones de las tribus antes
citadas, y por último, los haratin, esclavos, representantes de
la raza negra en el Sáhara, que se hallan en todas las tribus,
en su condición servil, muy dulcificada en los últimos años,
en que el comercio de la esclavitud se halla prohibido.
Tales son los habitantes de nuestro desierto. Veamos
sus condiciones de vida.
Grandes nómadas, camelleros, tienen sin embargo nuestra tribus
del Sáhara atlántico ganado menor y también cabrío
y lanar, sobre todo las que tienen sus regiones habituales de nomadeo
en la región costera, más abundante en pozos y por lo
tanto más apta para dichos rebaños; no obstante, estas
cabras y ovejas se hallan adaptadas al país y sólo
abrevan cada dos o tres días, yendo a los pozos con los
pastores cuando van a hacer la aguada para la familia; estas tribus
costeras también se dedican a la labranza; cuando Dios envía
la lluvia hacia allá salen miembros de todos los campamentos,
llevando con sus camellos rudimentarios arados; llegan a la región
beneficiada por el agua, observan, hacen calas en el terreno; si la
humedad ha penetrado ,en la tierra más de un codo, es factible
la siembra; si no llega a ello no será posible la siembra, pero
la región será buena para pastos de sus rebaños
Los primeros llegados proceden al reparto de los terrenos de siembra,
pues no existe la propiedad rural en el Sáhara, ni aun en forma
de costumbre.
Los primeros llegados tienen el derecho de obrar. Una vez repartidos
los lugares de siembra, que siempre son las hoyadas o depresiones del
terreno, que se denominan graras, y en las que la humedad es más
persistente, se procede in mediatamente a roturar y sembrar el
terreno, Pues el sol calienta en el Sáhara y el terreno húmedo
lo será por breves días. Si durante la labranza llegan
nuevos labradores se les adjudica parte de lo acotado que todavía
está sin trabajar. En lugares determinados hacen los nómadas
sus graneros familiares, agrupándose varios, que quedan bajo la
custodia de un guardián, cuyos honorarios son un tanto sobre lo
que se va extrayendo. De dichos graneros llevan el grano, generalmente
cebada, en la cantidad necesaria para la siembra. Terminada ésta,
regresan todos a sus campamentos, hasta la recolección. Los
cultivos quedan bajo la mirada de Dios solamente, y son respetados
siempre; en cambio, cuando la labranza ocurren siempre altercados por
la disconformidad en las reparticiones, y siempre hay que recurrir a
algún significado que por allí ande, y nuestras oficinas
de policía, cuando tienen noticia de lluvias favorables para la
siembra, envían escuadras de servicio para que haya la paz.
Pero estas escenas de nómadas que siembran sólo
se ven en la región costera hasta una profundidad de 100 kilómetros,
o excepcionalmente cerca del cauce de los ríos Dra o Saguia el
Hamara, más al interior. Pero en el restó del país
los nómadas no labran la tierra, y los cereales que necesitan
para su alimento los adquieren a los nómadas costeros en
intercambio por ganado. Estos nómadas del interior poseen además
menos proporción de ganado menor, pero, en cambio, son
propietarios de grandes rebaños de camellos de 200, hasta de
500 y a veces más cabezas.
(Fig.,
18.) |