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Veamos ahora cómo se desarrolla la vida de los campamentos.
Se hallan dispersos por todas partes, formando agrupaciones de familias de la misma tribu y fracción. Agrupaciones que oscilan entre cuatro o cinco tiendas o jaimas, hasta 25 ó 30. Naturalmente, la densidad regional de estas agrupaciones depende de la abundancia de pastos. Las tribus tienen comarcas de desplazamiento, de las que generalmente no salen, yendo, en ellas de Norte a Sur y viceversa, y estableciéndose temporalmente en la región donde la lluvia, hizo brotar pastos. En líneas generales, vemos siempre a las tribus Tecna al Norte de la Saguia Hamara, sin rebasar hasta el Este las mesetas costeras del Gaada ni la región de Esmara; entre la Saguia el Hamara y la parte Sur del Imiricli, en una zona costera que no excede en profundidad de los 100 kilómetros, a las tribus labradoras y muy ricas en ganado menor de Arosien y Ulad. Aidrarin, al Sur del trópico de Cáncer, próximamente él paralelo de Villa Cisneros, se halla la tribu de Ulad-Delim y, por último, desde el río Dra hasta el Sur del territorio, al Este de todas las tribus antedichas, se hallan las grandes fracciones de la confederación de los Erguibat, la más numerosa de todas, en la que cada fracción supone tanto como cada una de las otras tribus de más importancia, tanto en población como en ganadería.
Dentro de cada una de estas comarcas pastorean los campamentos en agrupaciones, denominados frig, pl. fergan.
La jaima es la vivienda familiar; la primera, adquisición de un .hombre cuando se casa es la jaima. Está formada por varios paños o tiras de tejido de pelo de cabra y camello entrelazados, que se confeccionan por las mujeres después del esquileo en improvisados telares, confeccionados con varas y palos clavados en el suelo a la puerta de la jaima. Los palos para sustentarla, de unos tres metros de longitud, es difícil hallarlos en el menguado arbolado del Sáhara; son de importación, o bien de "madera del mar", es decir, de la recogida en la costa arrojada por la mar procedente de naufragios. (Fig. 19.)
El suelo se cubre con esteras de esparto, o de junco, materia que no escasea en el desierto. El mobiliario y menaje, sencillo y liviano, como corresponde a quien tiene que llevar la, casa a lomos de camello. Un armazón de palos que sirve de zócalo, colocado en un lado, sobre él se coloca el equipaje familiar, consistente en las grandes bolsas de cuero de camello o tisiaten del ajuar, las tasufras o grandes zurrones de piel de cabra, teñidos generalmente de rojo, con dibujos bereberes, algunos primorosos; en esas tasufras va el equipaje de cada uno de los familiares. Los almohadones, también de piel, y rellenos de lana, que hacen menos duro el suelo de la, vivienda; las mantas, llamadas iguelaf, de pieles de cabra cosidas en trozos, rectangulares, que abrigarán por la noche, poniendo la parte del pelo hacia sí o al revés en la época calurosa para que den frescor. Y, por último la colección de cuencos o escudillas de madera para los diversos usos: grandes, con capacidad para 20 o 25 litros, para almacenar la leche de las camellas ordeñadas al atardecer otros menores, las guedha, con capacidad de dos o tres litros para servirla, que irán pasando de mano en mano y de boca en boca, entre alabanzas y agradecimiento. Y por último, las seras de esparto y las bandejas de madera para servir el alcuzcuz, la cebada tostada, o esas gramíneas del Sáhara comestibles qué el nómada no desprecia, sobre todo cuando hay escasez. Es de rigor en una familia medianamente pudiente tener su bandeja de metal, latón o cobre, y su servicio de té, bien de vasos de cristal grueso, que llevan en bolsos de esparto forrados de cuero, y su tetera de metal o de hierro esmaltado. En algunos casos hemos saboreado la bebida, que podríamos llamar nacional , en buenos vasos de cristal esmaltado, con bandejas de plata y teteras también de plata labrada; pero esto muy contadas veces: el nómada es hospitalario, pero, en general, es tan pobre como honrado.

El menaje de cocina es también exiguo. Una cazuela y un hornillo con su puchero, todo ello de metal, para hacer el alcuzcuz, y un cucharón de madera para remover el guiso. Por lo demás, en general, el nómada cuando come carne es asada entre los rescoldos del fuego, sin adobo alguno, e incluso sin sal. La carne es generalmente de cabra, de la que la parte más apreciada, que se brinda al huésped, es la parte inferior de las patas o las vísceras. En, ocasiones de más solemnidad se sacrifica un camello para carne, y en verdad que si este animal es de aspecto no muy grato, Su carne no deja de ser aceptable. Pero la mejor carne del Sáhara, indiscutiblemente, es la de gacela o la de antílope. El nómada que tiene un fusil y algunos cartuchos es feliz atisbando un rebaño de gacelas y cobrando algunas piezas. Las asan al igual que las cabras; pero dicha carne, en nuestra cocina europea, ocuparía uno de los primeros lugares. (Fig. 21.)
El nómada no come pan en la forma que nosotros conocemos. Se provee o fabrica harina de cebada, triturándola en sus rudimentarios molinos de piedra, movidos a mano, que aprendieron a hacer de los romanos, y esa harina, mezclada con agua o con aceite o grasa, es uno de los platos predilectos.
Muy diluida en agua apaga la sed en, los días en que el viento del Este o irifi sopla con intensidad y el desierto parece un horno.
El té es bebida de importación, y aunque hoy muy extendida esta costumbre entre los pueblos musulmanes, en el Sáhara es donde, por razones de distancia y de economía doméstica, es más escaso en los campamentos nómadas; no se toma sino un vaso cada vez, y eso no más de una par de veces al día.
La bebida clásica del desierto es la leche de camella. En la época que las camellas tienen sus crías, toda la familia se alimenta casi exclusivamente de la leche de las camellas durante dos o tres meses. En las épocas de guerra, cuando iban los hombres a dar golpes de mano, para que las condiciones de sorpresa fueran mayores, prescindían de los pozos, lugares de información de todo lo que ocurre en el país, y permanecían ocultos, en lugares ignorados, sin beber más líquido la leche de sus camellas, que llevaban consigo, y cuando, ya creían desvanecidos caían sobre su presa.

El vestido de los saharianos difiere de la indumentaria marroquí. Breves zaragüelles, no ceñidos a la rodilla como los holgados y cortos.
Sobre el cuerpo una túnica sencilla de algodón blanco, y sobre ella otra túnica igual, pero de tela azul, también de algodón. La confección no puede ser más sencilla. Se cosen pedazos de tela hasta formar un rectángulo; se abre un agujero cuadrado en el centro, haciéndole un dobladillo, se mete por la cabeza y se unen las puntas anteriores a las posteriores. Ciñámosla al cuerpo por un cinturón de cuero y toquemos la cabeza con un turbante de tela de algodón de unos seis metros de largo y tendremos a nuestro nómada en traje de faena. Los pies descalzos; generalmente, y para los viajes qué tiene que andar unas sandalias de suela con unas tiras de cuero que se unen en la parte anterior y pasando por entre los dedos pulgar e índice se unen por una tira de cuero a la suela. Para abrigarse, cuando la ocasión lo requiere, y sobre todo en ocasiones de solemnidades, los nómadas se envuelven en Jaiques o mantas de lana, o de lana y seda si es posible, o bien emplean el albornoz marroquí de paño azul y con capucha. (Fig. 22.)
Como se ve, la vestimenta es amplia, holgada, como corresponde a un país más bien caluroso; tanto la túnica como el jaique y las sandalias son de origen, mediterráneo. También son del mismo origen el molino de dos piedras, fija la inferior y giratoria la superior, y los candados de muelles de lámina, que son confeccionados en el país, para cerrar todos los sacos y bolsas de cuero del equipo nómada. He podido ver días pasados los candados de las excavaciones de Ampurias, y fundamentalmente son los mismos que los que usan hoy nuestros saharianos.

El agua. Ya dijimos que el nómada usa el odre o guirbe de piel de cabra, que hace el agua fresca, aunque de sabor alquitranado y de aspecto turbio.
Pero éste es el recipiente ideal para el desierto. Si se filtra el agua, se alquitrana de nuevo; si un zarzo le produce una grieta, ésta se repara fácilmente cogiendo le un pellizco con una espina de talha o atándolo con una tira de cuero. La materia prima para su confección se halla en el país, y todas las mujeres saben prepararlos. Según las necesidades, cada familia dispone del número de guirbes necesarios. Cada dos o tres días, cuando se lleva a abrevar el ganado menor a los pozos, se llevan los odres para las necesidades de la jaima. Se llevan también los cubos de cuero para sacar el agua, y los abrevaderos, también de cuero, para el ganado. Los pozos son los lugares de cita de los nómadas. En ellos se cambian noticias, siempre exageradas y abultadas a medida que pasan de unos a otros, se hacen acuerdos y también se enhebran idilios, lo mismo qué en tiempos de la Rebeca bíblica.

Ha habido veces en que el galán, impaciente ante la decisión definitiva de los padres de la novia, aprovechando la presencia de ésta en el pozo y en disponer de una buena cabalgadura, subirla a la, grupa y llevársela muy lejos, y luego todo se arreglaba. (Fig. 23.)
La vida social es la patriarcal de todos los pueblos pastores. Existen en cada tribu, significados por su prudencia, su valor guerrero, su edad, que, cuando el caso lo requiere se reúnen para las decisiones. Entre ellos siempre uno es designado como jefe, cargo que es más bien nominal que efectivo, pues aunque este caigo de jefe o chej viene a ser uno por cada fracción de tribu (aquí los, caídes de tribu, no existen), su autoridad es absolutamente imposible pueda ejercerse directamente sobre jaimas que a veces se hallan a diez o doce días de distancia.
En casos de peligro de agresión, la tribu o fracción se agrupa, se concentra en los mejores lugares de pastos y se ponen vigías en los, pozos próximos y se da la señal de estado de alarma. Se dice que entonces la tribu se halla en Ait Arbain, y queda bajo la dirección de los cuarenta mejores guerreros, de ella, que, deciden lo que procede hacer.
Cuando la alarma pasa se dispersa de nuevo.
Las tribus no guerreras buscan, mediante la ofrenda o tributo voluntario, realizado por cada familia, la protección de una tribu fuerte; este tributo consiste generalmente en la entrega a uno determinado de la tribu de armas, del usufructo por un año de una camella de leche. Con ello quedan obligados todos los miembros de la tribu protectora a defender a esa familia de toda agresión, venga de donde viniere.

Corno en años de gran sequía en el Sáhara, las tribus tenían que ir a los países más favorecidos del Sur marroquí, y por razones de comercio sus visitas a dichos países eran también frecuentes, las tribus saharianas, mejor dicho, familias de ellas, al llegar a las comarcas del Norte hacían acto de acatamiento, mediante el sacrificio de una res, a un determinado jefe de una cábila de allá. Con ello quedaba esa familia bajo la protección de dicho jefe contra los desmanes o atropellos que pudieran hacerles durante su estancia allí los de su rama o cábila.
Cuando ha habido discordias entré las tribus, por robos, asesinatos, etc., es costumbre entre ellas que los que desean la paz vayan a los otros, y mediante el sacrificio de un camello, en señal de pleitesía, se inician las conversaciones, y todo es arreglado satisfactoriamente.
No existen en el Sáhara las grandes rivalidades entre las tribus, con carácter persistente. Las deudas de sangre se resuelven mediante arreglos satisfactorios e indemnización, de la que se abona la mitad, y generalmente se perdona la otra mitad.
Hasta nuestra ocupación del territorio, en el año 1934, lo que era frecuente era la incursión de partidas armadas con fines de robo de ganados. Partidas no muy numerosas, pues en el desierto la movilidad suple al número siempre.
Realizaban recorridos audaces a lugares distantes, se mantenían agazapados en lugares no frecuentados quince o veinte días, y cuando la alarma cesaba, caían sobre los campamentos y, razziaban efectos y ganados, sin que, generalmente, hubiese efusión de sangre. Esta si tenía lugar cuando se encontraban dos partidas armadas agresora una y defensiva la otra; entonces se combatía hasta el total exterminio de una de ellas. Recorriendo el desierto se ven cementerios colectivos que señalan el lugar donde hubo tal encuentro entre y otra tribu.

Para paliar en lo posible los perjuicios de esta razzias era cosa corriente que los ricos propietarios tuviesen sus rebaños repartidos entre los indígenas de su tribu y aun de las otras. Estos ganados eran dejados al cuidado de otros nómadas, en usufructo, cediéndoles parte de los productos como premio por su cuidado, y como los rebaños del propietario se hallaban así diseminados por todo el país, en caso de agresión sólo se perdía una parte de sus bienes. Desde nuestra presencia activa en el país han cesado las partidas armadas y la inseguridad, y los nómadas se hallan diseminados y la "meneha" o entrega de ganados en usufructo ya va decayendo. Nuestras, tropas de policía de los grupos nómadas, montadas en camello, conviven con los indígenas y realizan recorridos y servicios constantes en misiones de información, vigilancia y seguridad, misiones típicas a ellas encomendadas. El entusiasmo de nuestros oficiales ha terminado por descorrer el velo del desierto, que hoy es conocido, dominado y recorrido tanto como cualquier otro, lugar.
Es de admirar su vocación, viviendo lejos de toda comodidad, de toda distracción, austeramente, sin más recompensa ni aspiración que la satisfacción del deber cumplido. Sus soldados son casi en su totalidad reclutados entre los nómadas. Se buscan siempre los mejores guías, los mejores conocedores y se procura tener de todas las tribus.(Figs. 24 y 25.)
Es maravilloso el instinto de orientación de los saharianos. Podéis situaros en medio de la llanura, sin referencias ni relieves, y preguntar a un conocedor del país la dirección en que se hallan tales pozos o lugares. Os señalará con su mano abierta apuntando las direcciones. Podéis tomar nota de dichos rumbos con vuestra brújula y luego cotejarlos con un buen plano y observaréis asombrados que no se ha equivocado en lo más mínimo.
Si le mostráis un plano, percatado de los signos topográficos, lo cogerá, lo extenderá en el suelo, orientándolo en él y os irá señalando en él los pozos, las comarcas, sin. equivocarse.
Es natural el desarrollo del instinto de orientación entre estas gentes, pues para ellos es problema vital. Andar por el Sáhara, sin saber orientarse, significa el no llegar, al pozo o pasar cerca de él sin verlo y perderse irremisiblemente, y ya sabemos, lo que esto significa.
Otra cosa digna de mencionarse es la ciencia de las huellas. La aptitud para saber leer en ellas sobrepasa a todo lo que escribieran esos novelistas de cuentos para la infancia.
Yo sé quien extravió uno de los 40 camellos de su rebaño. Estuvo buscándole un día entero por los alrededores de su jaima. No encontrándolo, buscó sus huellas y las siguió hasta el pozo adonde iba a abrevar el rebaño y muchos otros rebaños. Allí observó más detenidamente y localizó las huellas de su camello y las siguió de nuevo; cosa difícil de localizar, pues al pozo acudían diariamente cerca de mil camellos.
A los cuatro días regresó al campamento con el camello recobrado.
Saben por las huellas sí el camello va más o menos cansado, la carga que lleva, si es conducido o va solo, y lo mismo saben, observando huellas, si son de caravana, de familia en trashumancia, de viajeros simplemente o de partidas armadas.

La enseñanza en el Sáhara, en donde no hay mezquitas ni medersas, tiene lugar en los campamentos nómadas. Un grupo de familias contrata un alfaquí para la enseñanza que podríamos llamar primaria de los muchachos Se le instala una jaima para vivienda y escuela y se le dan los honorarios generalmente al usufructo de una camella de leche al año, algunas piezas de tela para vestirse y cada día una familia le lleva la comida.
Por la tarde, en la jaima del alfaquí, se reúnen los hombres de la agrupación para conversar y tomar un vaso de té, y también cuando hay huéspedes de paso allí se les atiende.
La enseñanza media es recibida por quien lo desea yendo a algún letrado que haya estado en Marruecos o bien haya aprendido a su vez en el Sáhara, y allí los jóvenes tolbas son impuestos en las disciplinas de Derecho musulmán, nociones de Geografía, Historia, etc. Pero, en general, los nómadas son poco, versados en letras y no llegan a pasar, de la enseñanza primaria.

Otra cosa de observar el el predominio de la mujer en la familia sahariana. Es considerada, y se puede decir que la autoridad familiar es ella más que el marido. Este la da trato, amable y se asesora de ella para muchos de sus asuntos.
La mujer rige todo el régimen interior de la familia y las comidas se realizan en común, a diferencia de los países del Norte, donde los hombres comen solos. (Fig. 26.)La mujer practica sus oraciones, lo mismo que el marido, a la puerta de la jaima, no recatándose de hacerlo a la vista de los demás, como ocurre en Marruecos.
Y sobre materia religiosa haremos notar que. si bien el nómada es observante en cuanto a las reglas de la oración, que generalmente practica en común con los demás hombres del frig, para que la oración sea más grata a los ojos de Dios, no es tan meticuloso en lo tocante al mes de ayuno o de Ramadán. Ayuna el primero y segundo día, pero luego ya siempre tiene algún pretexto para no hacerlo: viaje, ida a los pozos, etc. Y dice que bastantes veces ayuna en el año sin obligación, y váyase lo uno por lo otro.

Su carácter es amable, hospitalario, ingenuo y sencillo, como el de las gentes del llano. Ama su país y sus rebaños y no comprende que la felicidad pueda existir sin camellos y sin distancias infinitas y sin vivir en jaimas. Esto nada tiene de particular para quienes no conocieron otra vida, pero lo que es de admirar es que los que la conocieron vuelven a su vida de nómadas y no quieren abandonarla.
Citaré el caso de uno de nuestros oficiales del país, el caíd Salah uld Beiruc, a quien con motivo de su ascenso a teniente se le envió a Tetuán para presentarse al Alto Comisario y a Su Alteza el jalifa, y de paso para que conociera nuestras ciudades y parajes del Norte de Marruecos, cosa para él nueva, pues nunca había salido del Sáhara. Fué allá, y le llevaron a Xauen, Alcázar, Larache, Tánger, Ceuta, etc. Se le atendió espléndidamente por los caídes de la zona, y pasados unos días preguntó a uno de nuestros jefes: "¿Qué he hecho para que se me tenga aquí arrestado o confinado? Me he presentado al Alto Comisario, al jalifa y nada más tenía que hacer aquí. No me interesan las ciudades que he visitado, ni me admiran las cascadas de agua de Xauen, ni me son gratas estas montañas. Si no he cometido falta volvedme cuanto antes a mi país, con sus llanuras y sus camellos, en donde me hallo mejor que aquí." Y en el primer avión regresó al Sáhara.

Otro caso parecido. Necesitaba la Dirección de Bellas Artes de. Marruecos un platero del Sáhara que fuese buen grabador para realizar en Tetuán trabajos de aquel país, en donde el estilo es distinto y en donde se confeccionan bellos trabajos de plata en forma de pulseras, arquetas, cofrecitos, gumias, etc. Y enviamos a uno, quien al marchar pidió que le concedieran de vez en cuando permiso para volver a ver su familia, que desde luego no quiso llevarse a Marruecos. Al año regresó al Sur, y pasado su permiso, manifestó deseos de no volver a Tetuán. ¿ Por qué? , le pregunté. Me dijo que allí tenía, un buen sueldo, que realizaba además muchos trabajos fuera de hora y que no era dinero lo que necesitaba. Pero me dijo: yo allí no me adaptó. "Las gentes del Norte, me dijo, tienen su ropa pulcra y limpia, pero en su interior no lo son tanto; en cambio, los nómadas vamos sucios por fuera, pero nuestro corazón es de oro."

Y hablemos finalmente de los intentos de sedentarización que se "han realizado en los últimos tiempos en el Sáhara. En el transcurso del siglo XIX, una tribu, la de los Ulad Bu Sba, gente activa y comerciante, fué la primera que dispuso de armas de fuego de retrocarga, adquiridas en los puertos del Senegal. Considerándose así más fuertes que las demás, y conociendo nuestro Sáhara porque lo recorrían con frecuencia, se establecieron en varios lugares, de pozos abundantes, edificando y dedicando parte de sus actividades a la labranza; el intento de sedentarización fracasó, en parte porque las regiones elegidas dependían más de las lluvias que de la existencia de agua subálvea, y cuando pasaron varios años sin llover no pudieron sembrar, y en parte porque pronto las otras tribus fueron adquiriendo también fusiles de retrocarga y se hallaban en igualdad de condiciones, y, más guerreras que ella, la batieron y casi aniquilaron. Las ruinas de las viviendas de los Ulad Bu Sba se ven todavía en las corralizas del pozo de Dumes, en las casas de Aridal, en el exiguo palmeral del Aiun, en la vieja alcazaba ruinosa de Dora... (Fig. 21.)
Otro intento de sedentarización lo hizo la tribu tecna de Iagut en la región Norte, junto a los pozos de Tilemzon, en el Yebel Zini; pero tampoco tuvo éxito; quedan allá las ruinas de unas alcazabas, de varias viviendas, de una mezquita, acequias de riego y graneros.
Y a finales del siglo pasado el intento de Esmara, esa llamada ciudad a cuyo nombre va unida parte de la historia sahariana de los primeros años del siglo XX.
Un morabito, procedente del Haodh, confines de Mauritania con el Sudán, el jerife chej Ma el Ainin, vino a nuestro Sáhara, y después de nomadear durante varios años con las tribus y haberse casado con hijas del país, se ganó a los nómadas por su sabiduría y competencia en todos los órdenes.
En tiempo del Sultán Muley Abderramán, fué a la Meca, y a su paso por Marruecos, pues embarcó en Tánger para la peregrinación, le colmó de dádivas.
Sus sucesores lo siguieron haciendo, pues les convenía. Vieron en él el hombre que necesitaban, una autoridad para mantener unidos los nómadas y tener así en el desierto antesala del Imperio marroquí por el Sur, unas tribus cobertoras ante la expansión que se había iniciado de los franceses desde los puertos del Senegal hacia el Norte, con apetencias de conquista. Y contando con la liberalidad y el apoyo de los Sultanes, hacia 1895 construyó Esmara en la margen derecha del uad Ulain Seluán, afluente de la Saguia Hamara, en lugar de pozos de agua dulce abundante y en el camino caravanero del Senegal a Marruecos.
Llevó alarifes de Marraquech, principalmente, y edificó lo que más que ciudad es una especie de abadía-fortaleza, como aquellas nuestras del Medioevo. Amplia vivienda para él y sus familiares, su gran patio cubierto por esbelta cúpula, en donde recibía a sus vasallos y dirimía sus pleitos; gran mezquita con 99 órdenes de arcos, residencia, de huéspedes, barrio comercial, todo ello bien torreado y amurallado, con grandes portones forrados de plancha de hierro y monumental, con un estilo que recuerda vagamente el cordobés. Y al otro lado del río construyó el jerife un pequeño recinto con una torre circular, adonde se retiraba a meditar y a orar los viernes. (Fig. 27.)
Pero cuando perdió el apoyo de los Sultanes y se convenció además de que los nómadas no edificaban en Esmara, pues sólo se hizo, lo que él ordenaba, sin que nada partiera de la iniciativa de los nómadas, puso sus miras en el Norte, es decir, en Marruecos, en donde el año 10 ya se expansionaban los franceses desembarcados en Casablanca. Y murió a poco en Tiznit, es decir, en tierra marroquí, pero sus hijos siguieron en el Sáhara, y al Sur del Antiatlas, y mantuvieron la guerra santa contra los invasores. El Hiba primero, luego su hermano Merebbi Rebbo, más conocido en los últimos tiempos por el Sultán Azul. Este fué el último pretendiente al trono de Marruecos, apoyándose en las tribus no dominadas aún del Antiatlas, hasta que, en 1934, se terminó la pacificación de Marruecos y él se acogió a España, presentándose en Cabo Jubi.
Esmara quedó casi abandonada desde la época del chef Ma el Ainin, como pudimos comprobar cuando el año 1934 llegamos allá en una de nuestros recorridos, Casas aun en buen estado, otras caídas, un palmeral en trance de perecer Los descendientes del chej Ma el Ainin cultivan allí escasas parcelas entre los palmares, y uno de ellos reside allí con carácter permanente como conservador y guardián de las edificaciones. junto a Esmara se halla emplazado un puesto de tropas de policía nómadas, cabecera del grupo nómada de la Saguia él Hamara y oficina de asuntos musulmanes de la región. Al amparo del puesto se va edificando un pequeño centro comercial y mercado principalmente ganadero, de próspero porvenir, por hallarse Esmara en el camino caravanero del Sur marroquí a Mauritania y el Senegal y ser muy frecuentado por los nómadas de nuestro Sáhara central y oriental.

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